lunes, 26 de noviembre de 2007

Los deseos no se cumplen

A quien se le ocurre pensar
que yo tengo un trastorno de ansiedad
Attaque 77 – Horno

Nunca me creí todo aquello que la gente dice de que los deseos pueden volverse realidad, es más, si alguna vez desee algo, ese deseo nunca se cumplió, por eso de niño, cuando me pedían soplar las velas en mi pastel de cumpleaños siempre lo hacía con la mente extraviada, de cualquier manera el nintendo, el camión de bomberos o el beso de la niña de al lado nunca iban a llegar.
Pero un día de pronto, fue como haber encontrado una lampara maravillosa y haberla frotado sin querer, entonces un genio apareció y sin que yo pudiera verlo anduvo cerca de mi, esperando acechando el momento en que me decidiera a pedir los tres deseos que iba a concederme. Y así inconscientemente pues yo no sabía de la existencia del genio, me gaste mis tres deseos en menos de una hora. Y no fueron cosas grandes, sino simples deseos insignificantes que ni siquiera se porque los pedí sabiendo que no era muy dado a desear cosas. El genio compadecido por mi inocencia y por los deseos poco difíciles que le pedí me otorgó una especie de poder mental que hacía que todo lo que yo pensara se volviera realidad en el momento en que yo lo quisiera. Nunca utilice ese poder en contra de nadie, es más, como ni siquiera sabía que lo tenía, me dedique a pensar en cosas que tal vez para los demás hubieran sido insignificantes, pero que a mi, me alegraban el día.
Tampoco soy afecto a creer que la felicidad dure por siempre, es más, siempre he pensado que la felicidad es lo que menos dura en esta vida y claro, es el estado más engañoso en que puede caer un ser humano. Por lo tanto no me fiaba de mi situación y aunque todo iba bien, aguardaba el momento en que todo volviera a la normalidad. No tardo mucho, después de tres semanas el poder mental empezó a irse y las cosas que pensaba solían suceder prácticamente al revés, haciéndome vivir los peores momentos de mi vida. Para que negarlo, estuve tan mal que incluso un día tuve que cerrar la puerta de mi habitación para que no me vieran llorar. Y no me vieron, porque afortunadamente no lloré, si nunca había sido tan feliz debía tomar todo aquello con filosofía.
Ahora que todo ha vuelto a la normalidad confío en mis creencias de siempre, ciegamente, porque se que la felicidad no dura y que los deseos no se cumplen. La próxima vez que me encuentre una lampara maravillosa voy a tirarla al mar, después de todo no me va a servir de mucho, porque si le pido al genio una felicidad que dure por siempre, me va a mandar al diablo y si acaso me la concede, ¿Que va a ser de mi vida sin la tristeza que tan bien me sabe?

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